martes, abril 09, 2013

Edd South American Tour! (Pt. V)

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Día 9
(Km. 55: de cómo una tortura pasó a ser lo más lindo del viaje)

Se supone que me había preparado para una noche fría, pero no estaba en mi presupuesto pasarla "a la interperie". En el Altiplano boliviano, así sea "verano", las temperaturas se acercan a los cero grados por las noches. Entonces se puso a prueba la estrategia de "pijama por dentro". Hacía mucho frío y más que el frío en sí, me atormentaba la posibilidad de enfermarme y sobretodo, la de no conocer el Salar de Uyuni, que en teoría, era el objetivo principal de toda la travesía. Mientras estuvo oscuro, habré dormido poco y nada.

Ya había amanecido cuando concilié algo el sueño. Vuelvo a despertar y logro escuchar el río, eso sin duda era una pésima señal. Me animé a dejar el bus e inspeccionar el paisaje: páramo, lodo y el dichoso río (Río Salado). No había sobrepasado el caudal, no era tan ancho y profundo, simplemente nadie había puesto un simple puente por encima de un simple río y tras una lluvia normal, cruzarlo estaba imposible porque también, según contaban los lugareños, el fondo del río era muy lodoso y ahí nomás podríamos quedar. Mientras tanto, el chofer estaba muy cómodamente dormido y yo buscaba dar alguna señal de vida porque mi último reporte hacia civilización había sido que iba a atavesar una ruta peligrosa.

Ya cerca del mediodía no solo yo, sino todos (menos el chofer) se habían aburrido de intentar dormir, todos salían, buscaban una solución a la inmovilidad, buscaban un matorral para cubrir necesiaddes básicas. El río al menos ya no estaba tumultuoso y era esperanzador, aunque las nubes negras a la distancia mataban la esperanza enseguida. En las primeras horas de un percance, la gente normalmente se empieza a hacer amiga una de otra y para ya dejar de amargarse, mejor empezábamos con chistes de "náufragos" o buscando quien era el "Nando Parrado" o el "Roberto Canessa" del momento, uno que otro con mal de alturas.

Ya hacía hambre y de eso se dio cuenta una hábil comerciante local, la cual o estaba buscando comercializar sus productos en otra ciudad o ya se imaginaba estas circunstancias y venía lista para hacer su agosto. Entonces, los habrientos turistas empezaron a comprarle latas de duraznos y envases de aceituna, entrando la tarde eso sabía a gloria y ya se iban formando los grupos de amigos. Sin embago, la camaradería empezaba a transformarse en impaciencia, puesto que los dueños de los buses (ya habían 4 en fila) no parecían muy apurados. Teorías iba y venían sobretodo entre los turistas (un 90% argentinos), hasta que una chica claramente porteña estalló y empezó a "pedir respuestas" a los pobres choferes que no sabían lo que pasaba y solamente se sentían ofendidos con el "florido" lenguaje de la niña. Uno que conoce y vive tanto la cultura andina como la del Río de La Plata, sabía que esto iba a chocar y empezaba a rogar a que no pase a mayores, pero por si acaso, también iba calentándome por si  esto "se iba a las manos", como ya rumoraban algunos.

La señora de las aceitunas también llevaba licor entre sus víveres, y ante el asombro de todos, choferes y controladores se reunieron para una tremenda juerga de alcohol ante el asombro de los extranjeros. Un grupo siguió a la "porteña alborotadora" y decidió regresarse a Tupiza convenciendo a uno de los choferes (y recompensándole en efectivo también). El resto, entre necedad y fe, esperábamos algún rato cruzar, hasta que golpe de 5 de la tarde Los lugareños empezaron a buscar una ruta donde haya tierra asentada y por suerte, no había llovido por nuestro lado. La idea era que los buses pasan con la menor carga posible así que los pasajeros con nuestros trastos teníamos que cruzar a pie. Llegó la hora: el primer bus al ruedo... y para jolgorio de toda la altiplanicie, ¡pudo cruzar el río!, los siguieron exitosamente los otros 2 buses que quedaban, seguimos los pasajeros atravesando el agua como el éxodo de Egipto y cuando íbamos a seguir en nuestra ruta. Un camión de carga quiso hacer lo mismo ... y se varó.

Habíamos constatado que efectivamente el fondo del río era fangoso, los lugareños apelaron a nuestra solidaridad y buscaron que ayudemos a sacar el camión, ni la fuerza humana, ni la de un bus (que también casi se queda), pudieron con el infortunado camión y tras una hora de intentos, lo tuvimos que abandonar con pesar. Teníamos que pasar un par de "ríos" más. El primero fue fácil, el segundo nos volvió a detener: se trataba de un paso de agua más estrecho, pero bastante más profundo. Ya entró la noche y la posibilidad de quedarnos otra noche en medio de la nada empezaba a ser tomada con resignación. Parecía que no estábamos tan lejos de Uyuni, pero caminar no era tan buena opción, mientras que a los lugareños los iban rescatando familiares y amigos. Uno que otro osado turista osó cruzar dicho caudal y ver que pasaba. El grupo de mi bus decidió esperar que amanezca e instalarse en los asientos.

Como sabíamos, había vino disponible en uno de los buses, fuimos comprando botellas, comiendo cualquier provisión y la verdad pasándola bien, ya que nuestro grupo había fraternizado bastante (¡bendito alcohol!), claro, mejor fiesta pasaban los conductores, los cuáles ya estaban bastante entonados y armando escánadalo. Ya cuando el vino nos venció a todos, dormimos plácidamente. Sin embargo, en medio de la madrugada, el ruido de motores no despertó a todos y sin más, el bus se movió y se metió con osadas y escalofriantes  maniobras al río. Yo recordaba la profundidad más el hecho que el chófer a esas alturas no debía estar muy en sus cabales esa combinación daba para el rezo, lo importante fue que sobrevivimos y llegamos 4 AM a Uyuni. Por ahí alguien dijo: "más vale que esté bueno ese Salar de mierda" ... y bueno, creo que el sentimiento de todos era similar.


Antes un sabroso entremés musical con Los Tres y su "bolsa de mareo", tema que siempre está en mi cabeza en estas travesías contientales que he hecho ... "qué es eso que miras que te encandila como un Salar?"


Día 10
(El espejo infinito)

Con lo tarde que había llegado, demoró bastante que me atiendan en el hotel, así como estaba en guardía por si me saltaban los borrachitos que la merodeaban (todavía estaba alcoholizado y eso generalmente me hace más valiente). Por las malas noches, desperté algo tarde y me puse a secar la ropa y quitarle el lodo, a suerte que hay calentadores en los hoteles bolivianos decentes. Había que moverse para incursionar al famoso Salar.

Generalmente los tours los hacen carros tipo 4x4, impresiona la cantidad de Lexus y Monteros que hay tomando en cuenta las pobrezas del lugar, pero viéndolo bien, es lejos, la mejor manera de desplazarte. Contraté uno junto a familias más bien bolivianas mismo, había perdido un poco el contacto con mis amigos (porque yo había reservado mi hotel), pero fui encontrándolos en el camino, la primera parada era el cementario de trenes. Como es bien sabido por ustedes, yo siempre he gustado de lo lúgubre y desolado, así que me desencanté un poco porque el lugar estaba repleto de turistas sonrientes en medio de los fierros retorcidos, ni modo, si dio para un par de buenas fotos y ahí nomás.

Luego llegó el tiempo, el auto se comenzó a meter a una anegación que no parecía nada del otro mundo, hasta comprobar que reflejaba en forma casi exacta al cielo, había llegado a aquel lugar con el que había soñado ... desde mis 20 nomás, pero soñado. A medida que el auto entraba e inteligentemente me fui para la ventana, podía tener la sensación de estar en un avión en picada con cielo arriba y cielo abajo. Explorando el lugar, fotos van fotos vienen, pero sobretodo, había que fijarse detenidamente para dejar el rastro más profundo posible en la memoria de aquel fantástico lugar. Te hacen conocer el hotel de sal, las paredes de sal, los recuerdos de sal, los adornos de sal, por poco hasta los anticonceptivos de sal, pero ni modo, en los alrededores no hay otra cosa que agua y sal.

Se juntaban crisoles de nacionalidades, cada uno buscando hacerse una foto más ridícula que la otra, por ahí yo también me mandé alguna pirueta, pero lo más lindo es esa sensación de multiculturalidad. Yo soy de esos a los que les encanta hablar con gente de otros lados, cachar como es su forma de pensar, sentirme rodeado de múltiples banderas más allá de lo visible, en fin. Maravilloso. De ahí comida, shopping y retorno al pueblo. Había que retirar mis trastos, negociar la noche reservada en la que no dormí y ver que hacer con los días que me quedaban de viaje.

En la noche me volví a encontrar con los amigos que hice cuando nos varamos en el río. A priori mi plan era ir a La Paz, pero cuando los oí mencionar que iba para Oruro primero y me pareció buena idea sumarme, con lo difícil que es para mí hacer nuevos amigos y con lo callado que había pasado la semana anterior, creo que era justo. Nos embarcamos en el "Expreso del Sur" y el tren boliviano la verdad estuvo muy cómodo y comparado con la travesía del día anterior, esto fue un carruaje de reyes. Era medianoche y llegaríamos a Oruro al amanecer.

El set fotográfico de esta "aventuresca parte" 




En la próxima entrega: explorando Oruro y La Paz

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